Alma Schindler, conocida entonces como Alma Mahler, era una joven de admirable belleza dedicada a la música y cortejada por numerosos artistas vieneses, entre ellos Alban Berg Hugo von Hofmannsthal y Adolf Loos.
La joven descubre Venecia en su primer viaje a Italia en 1897 acompañada de sus padres y de Gustav Klimt —también perdidamente enamorado de ella— con motivo de la celebración de un concierto de Arturo Toscanini.
Nada más comenzar el verano de 1922, regresa a la ciudad para iniciar una larga estancia y decide entonces adquirir una casa, propiedad de la familia Soranzo, situada cerca de la Basilica dei Frari.
Un día, mientras caminaba por la calle, conoce a Óscar Kokoschka, con quien entabla una relación sentimental tras enviudar de su primer marido Gustav Mahler.
Dicha relación se interrumpe abruptamente en 1915 al contraer ella matrimonio con Walter Gropius: «Conocí a Kokoschka por casualidad. Está tan extrañamente cerca y lejos de mí...»
Tras la partida de Kokoschka, conoce en 1917 a Franz Werfel, 11 años más joven que ella y con quien contraerá matrimonio en 1929. Venecia se convertirá en un refugio para Alma, quien afirmó: «Sueño con vivir totalmente alejada del resto del mundo, en mi casita de Venecia, sola, protegida por el muro de ladrillo, y morir allí. Pero aún no sé si podría soportar la última gran soledad... ¡en mi casa!». Un pequeño jardín, un verdadero paraíso.
Febrero de 1928: «llegué ayer. ¡Venecia! Vivo en mi casa». Mi casa, construida de la nada, una suma de dinero irrelevante para mí. Si la vendiese ahora mismo recibiría cien mil liras, una cifra de cinco ceros.
Sin embargo, mi universo se desvanecería y solo tendría unos cuantos ceros más. Alma Mahler y Franz Werfel, quienes mientras tanto solían alojarse en Liguria, partieron de nuevo hacia Venecia en 1934, dejando atrás una Austria sumida en la agitación nazi. A esta última estancia en Venecia, largamente soñada para poder olvidar el drama, se añade otra nueva tragedia: la tercera hija de Alma, Manon, cae enferma de poliomielitis y debe ser repatriada a Austria, dónde fallecerá unas semanas más tarde.
Según reza en el diario de Alma en julio de 1935, tomarán entonces una decisión irrevocable: «Partimos todos hacia Venecia con el propósito de vender nuestra querida casa, aquella en la que hemos sido tan felices, quizás demasiado. Este sueño ha tenido un final tan terrible que jamás volveremos a sentir el deseo de reír».
Alma Mahler, Ma vie, Paris, Hachette, 1985.